Retrato de Nuria, 73 x 60 cm. 1967
Hace ya muchos años leí el libro de Piero Citati "La luz de la noche", texto que me parece magnífico. Encontré allí un fragmento que me conmovió profundamente:"A veces, recorriendo el mundo, prisioneros de nuestro cuerpo como la ostra de su concha, nos ocurre que percibimos un rostro bellísimo. La aparición relampaguea, y nosotros vemos en el recuerdo la Belleza supracelestial, similar a la que habíamos contemplado una vez, resplandeciente sobre el pedestal sacro. Al ver el rostro bellísimo quedamos aturdidos y perturbados: un estremeciemiento de sacro horror nos acomete, como al iniciado durante los misterios; algo de nuestros temores de entonces se insinúa en nuestro espíritu. Miramos la bella imagen terrestre, y si no temiésemos que nos tomasen por locos, le ofreceríamos sacrificios".
Al mismo tiempo leí también "Éloge du visible" de Jean Clair, donde di con una certera frase:
"Simmel parle ainsi du rôle incomparable imparti au visage: Il n'est au monde aucune figure permettant à une aussi grande multiplicité de formes et de plans de se couler dans une unité de sens aussi absolue. Le visage pousse à l'extrême l'individualisation de chacun de ses éléments, tout en coulant ceux-ci dans une unité qui n'existe en aucune autre partie du corps.
Contemporáneamente a estas lecturas estaba empezando a trabajar en una serie de retratos que se iría prolongando en el tiempo hasta ahora mismo. Parecía un empeño algo suicida, porque si ya había sido criticada mi opción de iniciar un camino en la pintura figurativa, hacer retratos parecía algo absolutamente anacrónico. Los dos textos citados me dieron ánimos para seguir adelante. En este mismo blog he dicho que sentarse ante un árbol e intentar construir algo plausible es una experiencia de una gran emotividad; hacerlo ante una persona es, si cabe, mucho más estremecedor. Sobre ello volveré en unas reflexiones que estoy preparando sobre el esencial tema de "el pintor y la modelo".
En 2006 tuvo lugar en la Fundació Vila Casas una exposición sobre estos trabajos, en el prefacio de la misma Marga Perera escribió una líneas que me parecen descriptivamente muy interesantes sobre este aspecto de mi obra:
"...en los retratos de Ramón Herreros, no aparecen ni el estudio como espacio ni tampoco su autorretrato. La atmósfera que respiran sus modelos es la propia realidad del cuadro, un espacio donde aparentemente, sólo aparentemente, no hay referentes: la modelo es la protagonista y a partir de ella Herreros va construyendo el entorno, creando un fondo de color puramente pictórico, un fondo que le pertenece de manera íntima porque, en realidad, evoca todo el mundo de su época abstracta, dando así unidad a toda su trayectoría. Y en estos cuadros, con estas figuras y estos fondos coloreados, es dónde aparece la historia moral y física del taller, y por tanto del pintor..."
Yo mismo no habría podido describirlo mejor.
Sarah/677 46 x 38 cm. 1997
Mia/723 81 x 60 cm. 1998
Irene/1002 80 x 80 cm. 1998
Mariona/1016 100 x 81 cm. 1999
Sabine/1033 80 x 80 cm. 1999
Sonia/1059 120 x 120 cm. 2000
Sonai/1115 80 x 80 cm. 2001
Mariona/1124 120 x 120 cm. 2001
Nuria/1132 73 x 60 cm. 2002
Carmen/1169 80 x 80 cm. 2003/2004
Clara/1173 100 x 100 cm. 2003
Tere/1178 80 x 80 cm. 2004
Carlota/1199 146 x 114 cm. 2005
Elena/1210 100 x 81 cm. 2005
Son una maravilla. mucho mas que un retrato de un rostro. Son un retrato del alma. Preciosos. Carlota Valdes
ResponderEliminarGràcies per donar-nos una oportunitat de tornar a veure els retrats de l'exposició. Són retrats d'ànimes, hi estic d'acord!
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