martes, 14 de junio de 2011

Notas-5. Un sueño



He hablado en este blog, y en otros lugares, sobre el desnudo femenino. Desde mi punto de vista de pintor y, evidentemente, de ser humano. Casi siempre me he circunscrito, al terreno del arte y del papel del desnudo femenino ahí.
En estas notas voy acumulando apuntes, sugerencias, que pueden en un futuro tomar una forma más unitaria, más coherente.

Releyendo lo que he escrito hasta ahora soy consciente de que quizá falta una mayor presencia de mi voz. Han aparecido opiniones de escritores, teóricos, incluso la de una de mis modelos -ver Conversaciones con una modelo.
Pero ¿cómo es mi experiencia? Sobre mi propio trabajo, sobre el de los demás. He dejado escrito que visión tiene una modelo sobre sí misma y sobre mí, ¿pero qué visión tengo yo? ¿qué siento mientras trabajamos?
Me podría escabullir fácilmente y decir que cada caso es distinto. Cada modelo un nuevo mundo y no mentiría, es una verdad indiscutible, clara.

Pero todo esto ha tenido un principio. El mío lo puedo datar alrededor de mis diez años. En todo caso antes de los doce.

François Cheng, en el libro tan citado aquí, cuenta que una de sus tías al regreso de un viaje a Francia, le trajo reproducciones del Louvre y de otros sitios, dice literalmente: "Nueva conmoción ante el cuerpo desnudo de las mujeres, tan carnal e idealmente mostrado. Venus griegas, modelos de Botticelli, de Tiziano y sobre todo, más cercanos de Chassérieu, de Ingres. La Fuente de Ingres, emblemática, penetra el imaginario del niño, le arranca lágrimas". El recuerdo es de cuando Cheng tenía siete años.

Mi relación con imágenes pictóricas es posterior a esa edad, cuando mi padre me regaló la Historia del Arte de Pijoan, o puede que de unos fascículos que compraba por mi cuenta. Descubrí entonces imágenes turbadoras, quizá la que más me impresionó fue Antíope de Correggio, que reproduzco arriba en blanco y negro porqué así la recuerdo. Es una historia común por la que ha pasado muchas gente de mi generación, y seguramente de posteriores.

Pero hay un antecedente más: un sueño infantil.
De niño leía unos tebeos de ciencia ficción, deudores seguramente de Flash Gordon, llamados Diego Valor, en ellos el héroe tenía una especie de novia, Beatriz Fontana, por la que yo abrigaba sentimientos que ahora me parecen indescriptibles, quiero decir que no soy capaz de explicar.
Pongo una de las viñetas que no he podido olvidar desde entonces. Incluso ha aparecido en alguna de mis obras.

El sueño es simple y corto. Estando gravemente enfermo, quizá en trance de muerte, se me aparecía la heroína y me decía: "no te preocupes, me desnudaré ante ti y te curarás". No recuerdo en absoluto si se llegaba a desnudar o no, pero la impresión que me causó esta frase todavía perdura.
Desde entonces he relacionado la visión del desnudo, con la curación, con la compasión.
Mucho más tarde he encontrado ejemplos que hablan de esta relación.
Marilyn Yalom cita en su libro Historia del pecho, que en una iglesia de North Cove, existe una pintura en la que la Virgen María muestra sus pechos, en un acto de intercesión por un grupo de pecadores condenados al infierno.
En la película Sue de Amos Kollek, la protagonista accede a mostrar sus pechos a un vagabundo, también por compasión. Sobre esta cuestión puedo volver más adelante.

Ya he contado, pues, dos motivos, uno de ellos matricial, de mi interés por el desnudo femenino, y por el arte, por la pintura en particular. No se debe olvidar que hay un factor decisivo: en el sueño, mi "sanadora" era un dibujo que se había corporeizado en mi imaginario. Si algo recuerdo con claridad del sueño es que quien me hablaba no era un dibujo, era una mujer.

Pero es evidente que no pasan sólo por ahí mis vivencias con una modelo.

Acostumbro a decir que la humanidad se divide en dos tipos de seres, los que son como el viento -necesitan moverse, viajar, son nómadas- y los que somos como un árbol. Las cosas acontecen a nuestro alrededor en un espacio mínimo.
No ha sucedido siempre, claro, pero para mí, en bastantes ocasiones la relación con una modelo ha significado el viaje a una terra incognita, ¿por qué que hay más desconocido para un ser humano que otro ser humano? La relación que se establece ahí, en un lugar cerrado entre alguien que mira y dibuja y alguien que ofrece una visión -a veces teofánica- es un gran viaje lleno de misterios y descubrimientos.
Espero poder ir hablando de ello...

martes, 7 de junio de 2011

El árbol de la vida


Cuando hace unos días terminé de ver The Tree of Life de Terrence Malick, tuve dos sensaciones distintas.

La primera hacia mucho tiempo que no me pasaba -desde la primera visión de Apocalypse Now- no me hubiese movido del cine, habría visto la película por segunda vez. Lo percibido era tan sumamente complejo que necesitaba, necesita, más de un visionado, para empezar a captar la enorme dimensión de la propuesta.

La segunda es que el film será criticado -mal visto- por hacer emerger de nuevo el ansía de espiritualidad. Especialmente por un cierto matiz que puede ser interpretado como cristiano, incluso católico.

Sobre la primera cuestión no puedo más que expresar satisfacción porque exista un producto que conteniendo tal riqueza y complejidad de ideas y de imágenes, exija más de una revisión.
Siempre he pensado, desde mi punto de vista de pintor, que una pintura debe crecer con el tiempo, ser cambiante, ofrecer a cada nueva mirada un aspecto de diversidad enriquecedor; quizá como una muñeca rusa, pero al revés y sin finitud. Si no es así, el trabajo ha fallado.

Creo que el gran cine tiene esa virtud. ¿Quién de nosotros no ha visto y revisto algunas películas y no se ha cansado nunca? Puede ser un ejercicio útil que cada uno se pregunte ¿cuales?.

Lo segundo todavía me interesa más. Recuerdo que de niño, nacido en la ciudad, me sorprendió al ver unas obras en la calle, que bajo el asfalto hubiese tierra. Pienso que la humanidad, en su mayor parte, vive en ese estado de ignorancia, o quizá sería mejor llamarle disimulo.
Casi nadie quiere ser consciente de la extrañeza del mundo y, por extensión, del ser humano.
Que sucesión de inmensas causalidades han tenido que suceder para que la vida exista tal y como la conocemos. No cabe pensar en lo que había antes del primer instante, cuestión que alberga una paradoja inimaginable por ahora, sino que sucedió y cómo después, que está pasando ahora mismo en el universo, para llegar donde estamos.

La película discurre en dos espacios, el del interrogante y el del vacío. La mujer hace de puente entre ambas esferas. Como dice Joseph Campbell hay "un ámbito de visión en que tiempo y eternidad eran uno". *
El vacío el de la cotidianidad, una perspectiva de ausencia, que la muerte del hijo no hace sino dilatar. El resto, la mirada interrogante hacia el cielo. El agua y las sombras. El caminar hacia el horizonte. El atravesar una puerta en medio de la nada. No son sino caminos para alcanzar la compasión.
La compasión del dinosaurio, la compasión hacia los otros, hacia si mismo, hacia el tiempo perdido...

Sobre la posible lectura de la película como católica, me parece irrelevante. Ordet finaliza con un milagro y en mi opinión es uno de los films más extraordinarios de la historia del cine.

Además el árbol, omnipresente, es un símbolo universal que aparece en casi todas las muestras de espiritualidad. Buda fue siempre relacionado con un árbol "el árbol bajo el que se sentó Buda". Es más, al principio del budismo, cuando Buda no era representado nunca, a menudo lo era con un árbol.

Al fin el budismo escoge la no pregunta. La aceptación de la ausencia. Quizá esta película nos esté diciendo esto: no hay que formular la pregunta, y la única actitud posible ante esta carencia, es la compasión.

Por mi parte quiero creer que el árbol es sobre todo el símbolo del renacer del espíritu, y que The Tree of Life dibuja con precisión lo que ello puede suponer, de modo que se ha incorporado a mi memoria de forma decisiva y puede que permanente.

* Joseph Campbell. Las mascaras de Dios. Mitología creativa. Alianza Editorial, 1992.