martes, 17 de septiembre de 2013

Más sobre Théodore Géricault


Días después de publicar la entrada "París: sorpresas" en la que hablaba de un magnífico cuadro de Géricault, recibo una líneas de mi amigo Lluís Armengol, en las que añade datos muy interesantes, sobre la obra del pintor francés y otras apreciaciones sobre la pintura en general ...


Un buen cuadro bien justifica un viaje y he de decirte que la pieza de Théodore Géricault cumple a todas luces ese aserto. Porque es obvio que ese cuadro es un prodigio y no solamente (que también) por su aire balthusiano o pre-balthusiano, sino por su misma composición general con un juego de luces que para sí querrían muchos pintores actuales. Algunos tratadistas clásicos hablan de "lux" (o sea la luz exterior natural o artificial) y "lumen" (o sea, cuerpo con luz propia, lumbrera, luminar); sea o no pertinente esa distinción no es difícil observar cómo el óleo de Géricault combina ambas con tino; es obvio que hay una "lux" que procede de la izquierda y que ilumina una cara sola de Louise y su gato enorme, una "lux" potente que deja pasmado al gato y no tanto a su propietaria que no deja de ocultar su otra mejilla (en perfecta consonancia con un fondo que merece un comentario aparte). Pero por otra parte existe una "lumen" que emerge desde el vestido azul de la niña, un color asociado a la mística y a la espiritualidad que establece un perfecto contrapunto en un cuadro que respira un humus malicioso y transgresor y por supuesto nada inocente (como muy bien puede verse en ese vestido caído por el hombro, signo inequívoco de niña mala...). En fin, son tantos y tantos los aspectos que seducen en esa pieza que uno se pierde; por ejemplo cabe preguntarse si el retrato se enmarca en el alba o en el ocaso del día; cabe preguntarse por la postura de las piernas; cabe preguntarse sí  esa hora limítrofe y fronteriza no se relaciona de alguna extraña manera con la edad de Louise, que parece en tránsito de abandonar la niñez para pasar a la pubertad; cabe preguntarse por esa mirada al espectador-voyeur con uno de sus ojos (mientras en otro se pierde en el reino de las sombras), y desde luego, cabe interrogarse una y otra vez por ese fondo del que se hace tan complicado hablar sin el original delante.

Como obviamente ya sabrás, el cuadro forma parte de una trilogía compuesta por "Alfred Dedreux as a child" que también muestra una niña solitaria sobre una piedra, y "Portratit d'Alfred et Elisabet Dedreux" que exhibe a dos niñas con mirada de pocos amigos y cabelleras rizadas. A mí modesto entender la primera pieza es muy superior a esas dos, aunque un análisis riguroso debería tener presente a las tres.

Muchas gracias por el hallazgo, amigo Ramón.

Hasta aquí las palabras de Lluís Armengol, siempre estimulantes. Para ilustrar esta entrada he puesto los dos cuadros restantes de la trilogía citada. El primero se puede ver en el post "París : sorpresas".

viernes, 6 de septiembre de 2013

UN LIBRO EXTRAORDINARIO


Durante el tiempo que he escrito en este blog, he ido poniendo comentarios sobre libros. La idea surgió un verano, cuando especialmente los políticos hacen sus propósitos de lecturas vacacionales. Lo siguen haciendo. Por mi parte era una pequeña broma, una ironía.
Voy a seguir hablando de libros, ahora sin referencias estacionales.

El primero es un libro extraordinario: "La mirada inocente" de Georges Simenon. Lo leí hace siete años y ahora he vuelto a él. Como en el caso de París -ver el post anterior- el libro sigue igual, pero yo he cambiado.

Es una novela de formación, de formación que dura toda una vida. Narra como la mirada de alguien, limpia y curiosa, consigue, si no encontrar, al menos intuir un cierto sentido de las cosas, de la vida.
Una historia fascinante, dónde el protagonista no intenta intervenir en las cosas, en los acontecimientos, sino que se deja atravesar por ellos. Formando parte de su entorno, de lo que ve, de lo que experimenta, se llega a convertir en pintor.

Hay además algunas observaciones que me han afectado particularmente. En un momento el autor describe el ambiente artístico de París de los años veinte. No es muy distinto del que ahora mismo estamos viviendo. Que tipo de personas adquirían lo que les gustaba y quienes compraban -los adinerados en general- firmas cotizadas y de moda... dice Simenon: "pintores de los que diez años después ya no se hablaría vendían sus telas más caras que las de un maestro del Renacimiento". Pág. 236

Pero hay dos momentos más que para mí son importantes, uno relativo a la edad: "pronto cumpliría setenta años... Había trabajado mucho. Aún tardaría años antes de expresar lo que desde el principio había sentido agitarse en su interior". Podría decir que me siento aproximadamente así, espero que esos años me sean concedidos.
El otro se refiere a los árboles. De niño le regala a Louis, alguien que después será un conocido escultor, unos lápices de colores. Cuando años después se encuentran, el pintor le cuenta que apenas ha utilizado los lápices. Unos pocos bocetos y dos árboles, uno del patio de su colegio y el tilo de la vecindad, a quien llama "El señor Árbol".

Estoy sumergido en una especie de fiebre Simenon, que significa casi la lectura de un libro diario. Todo lo que he leído hasta ahora es sugerente, interesante, en suma, no deja levantar la cabeza del libro. Si hablo en concreto de "La mirada inocente", es, claro está, por su tema, la formación, el desarrollo de un pintor.

Leo en antiguas ediciones de Caralt, con infames traducciones, algunos títulos de Tusquests, y ahora en las cuidadas ediciones de Acantilado. Quiero agradecer desde aquí esa iniciativa a Jaume Vallcorba; esa y muchas más. como la atención que le está prestando a Stefan Zweig, autor que probablemente aparecerá en este lugar.