La amable insistencia de Mariluz y Xavier -magníficos amigos- para que los visitáramos en el Valle de Arán, me ha conducido a vivir una de las experiencias más intensas que recuerdo.
El centro de este suceso es, evidentemente, la "Hèsta deth Haro" en Les. La quema de un gran tronco de árbol la noche de San Juan.
Pero la convulsión anímica empezó antes, con la visita a los "Uelhs det Joèu", es decir las fuentes del río Joèu. El agua surge de la tierra, después de un viaje subterráneo desde el Aneto.
La furia con la que aparece -al menos ese día- produce una gran cantidad de sensaciones diversas, que se mueven entre la fascinación y el terror. Hacen vislumbrar la fuerza de la naturaleza. que hace poco devastó parte de estas tierras. Una impresión mitigada por la presencia de seres humanos, con cara de sorpresa, escondiendo su perplejidad tras las cámaras fotográficas, cosa que yo mismo hice. Un modo de soportar una visión que de otro modo sería inaguantable. Me imagino las sensaciones de un viajero solitario, me sugieren sentimientos propios del romanticismo alemán.
Luego, al anochecer, el árbol de Les. Es muy difícil relatar esa vivencia.
No voy a descubrir aquí la simbología propia del árbol, puede que la más rica y extensa que existe.
Nada más unos apuntes.
En el siglo IV después de Cristo, Firmicus Maternus, un astrólo romano, nacido en Siracusa, narraba como el espíritu de Osiris, era representado por un árbol, en el que excavaban la imagen del dios. Guardada en el interior del mismo árbol, era conservada durante un año y luego quemada.
El tronco del árbol de Les también es guardado durante un año y luego quemado.
He de decir que cuando presencie el rito -no se puede llamar de otro modo- no recordaba este hecho. Pero no hacía falta, lo pongo ahora como una reflexión posterior.
Varios hechos me impresionaron sobremanera:
La conversión del tiempo del que habla Mircea Eliade, la transformación de éste de profano en sagrado; es decir la abolición del tiempo tal como lo vivimos habitualmente.
La categoría de fiesta, que lleva a la misma conclusión, la danza, generalmente formando círculos alrededor del árbol llameante. El círculo alrededor del árbol hace que éste se convierta en "el centro del mundo".
La lectura más inmediata tiene que ver con un rito de fecundidad, puede que sea uno de los sentidos, y no el menor. Pero diría que todo iba más allá, rozando el sentido último de las cosas. El misterio de la vida y de la muerte. El fuego consumía el árbol y éste se convertía en chispas que brillaban en la oscuridad y caían sobre los arriesgados danzarines. Era como si la materia se transformase en espíritu. El árbol se convertía ante nuestros atónitos ojos en otra cosa, como si su alma se diluyese en el espacio. Música, danza, exclamaciones de admiración, todo hacía que estuviésemos viviendo algo más allá de nuestra capacidad de comprensión.
Estas pequeñas, y puede que torpes, reflexiones,sólo dan unas ligeras pinceladas de lo que sentí esa noche.
Gracias Mariluz y Xavier, por vuestra hospitalidad y por la insistencia en que Nuria y yo hiciésemos este viaje. Será un recuerdo extraordinario para el resto de nuestras vidas.
Para más información sobre estas cuestiones recomiendo la lectura, como no, de La rama dorada, de Sir James George Frazer, y de Lo sagrado y lo profano, de Mircea Eliade, unos excelentes libros para acompañar este incipiente verano.
En youtube se pueden encontrar imágenes de la ceremonia.
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