Han pasado meses desde la aparición de la última lectura, en aquel caso veraniega. ¿Pereza? Quizá no había encontrado o pensado en ningún texto lo suficientemente estimulante, y no quiero decir que no haya leído nada interesante, incluso muy interesante, pero una cosa es el interés y otra el estímulo.
NADA ES BELLO SIN EL AZAR
Artur Ramon
He aquí que ha caído en mis manos un libro con el que estoy en desacuerdo en muchas cosas, pero que, en cambio, ha despertado la voluntad de escribir estas líneas... ¿por qué?
Porqué, pese a todo, coincido con muchas de sus afirmaciones...
Por ejemplo, la supervivencia de la pintura, el autor aduce que existe desde la prehistoria, es probable que sea anterior al lenguaje articulado, por lo que su larga supervivencia le asegura el futuro. Creo que todavía hay una cosa, de momento, más definitiva, prácticamente todos los niños tienen una irresistible pulsión por dibujar. Veremos si en un futuro, no demasiado lejano, poblado por seres biónicos, esto también se pierde...
Otra de las cosas en las que no puedo estar más de acuerdo es en la afirmación que describe el porqué escoger una obra y no otra: "la posesión de una obra de arte es un enamoramiento, y hay que seguir más el impulso del corazón que el de la cabeza" p. 91. Siempre he intentado defender la actitud de tener en cuenta el valor de uso, nunca el de cambio, ante la compra de una obra de arte.
También, como no, en la crítica de la conversión de los museos en parques temáticos, llenos de gentes a las que les importa un rábano lo que están viendo. Habla el autor de visitas selectivas a museos, es decir tomar una parte y dedicarse a ella. Hace unos años en una visita al Louvre comprobé como la mayoría de los visitantes ni se paraban ante los magníficos Leonardos de la Gran Galería y se apelotonaban ante la Gioconda... Suerte para los pocos que pudimos disfrutar casi a solas de lo que se ofrecía a nuestra contemplación.
Y muchas más ideas y conceptos que van apareciendo a lo largo del libro, especialmente brillante me parece el capítulo "En el estudio de Tiepolo".
¿En qué no estoy de acuerdo?
Está claro que mi punto de vista está del otro lado. Siempre, de todas formas, me ha interesado la opinión de quienes viven la pintura como observadores, especialmente si, como el autor, conviven constantemente con ella.
Así que mis peros son relativos. En algún momento el autor reivindica la obra por encima de la vida del artista. Mejor dejamos correr tal cosa, para no encontrarnos con sorpresas, viene a decir. He de convenir que en ocasiones he defendido tal opción. Ahora mismo no, creo que vida y obra son indisolubles, y sin el entorno, las decisiones del transcurrir vital, no se puede acabar de entender una obra. Acepto que no se quiera entrar en ello, pero siempre significará una carencia. Caravaggio es Caravaggio por cómo vivió y Pasolini es Pasolini, por lo mismo; desde otro extremo Proust, o el encierro en sí mismo de Cézanne.
A pesar de que esto parece querer decir que siempre se debería situar a un personaje en su contexto, aquí me contradeciría a mí mismo. Porque por un lado así lo pienso y en cambio creo que el arte se debe entender, leer, de un modo acronológico. Es decir como una totalidad espacio temporal. Sería como utilizar un microscopio y un telescopio al mismo tiempo. La observación coexistente de la unidad y la totalidad.
Me gusta pensar en el arte como en un conjunto, que no avanza sino que se expande. El tiempo y el espacio se confunden en una especie de mapa general de los acontecimientos.
Un Juan Gris al lado de un Piero di Cosimo... ¿por qué no? Tenemos la posibilidad de haber adquirido la capacidad suficiente de disfrutar de ambos y de su misma compañía.
No se diría que mis reticencias son demasiado importantes, más bien como anotaciones al margen, pero si hay una de una cierta entidad. Creo entender la percepción de una persona que, entre otras cosas, es un anticuario, pero me parece que por ello su visión de la pintura es demasiado quirúrgica. El detallismo casi obsesivo que puede llevar a identificar a un autor, una obra, aunque quizá necesario, está fuera de mi interés. Esta mirada tan profesionalizada creo que va en detrimento del apasionamiento que el mismo autor defiende, pero que a mi no me llega como una sensación clara.
Lo, para mí, positivo y no tan positivo del libro se van interrelacionando y formando un todo que tiene algo que seduce. Lo leí de un tirón... ¿qué más se puede pedir?
No hagan caso de mis reticencias y lean el libro, seguro que descubren cosas insospechadas, y les abre nuevas perspectivas para la contemplación de un cuadro o la visita a un museo...
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