Delacroix. Lucha de Jacob con el Ángel. Detalle
Fotograma de un film de Yasujiro Ozu
Después de
publicar la entrada sobre Elogio del
caminar y Moo Pak, he encontrado
un nuevo paralelismo entre otros dos títulos que se imbrican, se entrelazan con
ellos.
Los seis nombres de la belleza, de
Crispin Sartwell y Cinco meditaciones
sobre la muerte, de François Cheng.
François
Cheng ya me deslumbró en su libro Cinco
meditaciones sobre la belleza –ver Notas-1 y posteriores−.
Siempre
volviendo al tema inagotable y recurrente de la belleza. En Cinco meditaciones sobre la muerte, Cheng
nos habla de la percepción de la vida desde la muerte. Hay un componente
esencialmente religioso en ese libro, en el fondo el autor plantea el aceptar
la vida como algo extraordinario que sólo se puede comprender desde el conocimiento,
y aceptación, de su finitud, al menos corporal.
De nuevo
las grandes preguntas sin respuesta, de nuevo el hecho de estar vivos como algo
fuera de todo entendimiento.
Pero no
puede evitar hablar de la belleza, creo que, por lo que he leído de él, es su
gran tema: el mundo es bello y su belleza
habita en el menor de los rincones… Y de nuevo se pregunta el porqué de la
belleza del universo. No necesitaba ser bello, una afirmación que ya hacía en libro
del que ya traté.
Aquí
todavía va más allá y relaciona la belleza con la muerte, ¿cómo?
¿Por qué la belleza tiene que ver con la
muerte? En primer lugar porque como cualquier cosa, no puede durar, se nos
escapa…
Apego-desapego, he aquí la condición de la
belleza: agudiza nuestra conciencia de la muerte.
Puede que
lo que más me interese de sus nuevas aportaciones es que describe el acto de
crear, lo que “hace” el artista, ligado de un modo inseparable a la producción
de belleza. Hay unas reflexiones sobre el hecho mismo de crear impagables.
Hay otras
cosas, quizá más sustanciales, más profundas todavía, por ejemplo, la necesidad
de dar un sentido a la vida. La exigencia inexcusable de la pasión: pasión de aventura, pasión de heroísmo,
pasión de amor.
Haber
relacionado estos dos libros no es en absoluto gratuito, los dos tienen el nexo
común de hablar sobre la creación y la belleza, y, además están íntimamente
relacionados con los dos de los que me ocupé en la entrada anterior, y con
tantos otros que han ido apareciendo en este blog.
Se ocupan
todos ellos de mis grandes preocupaciones, que ya he ido desgranando, pero el
de Crispin Sartwell da una visión de una riqueza inagotable, por el tema que es
más asequible aparentemente, el de la belleza.
Con el
pretexto de aproximarse a ella a partir del nombre que se le da en seis lenguas
distintas, en seis culturas diferentes, Sartwell va detallando una compleja
variedad de matices y aproximaciones. Puede que sea el libro más rico, más
profundo que haya leído sobre esa materia.
Al mismo
tiempo tiene algo que es de agradecer infinitamente, es absolutamente
comprensible y ameno.
Desde la
actual visión de la cuestión, pasando por las culturas griega, hebrea, hindú,
hasta llegar a los navajos; el capítulo más brillante es, sin ninguna duda, el
que se refiere a la cultura japonesa,
La cantidad
de distintas acepciones para designar lo que nosotros entenderíamos como
belleza, hasta los innumerables matices de cada una de ellas. Sólo sobre este
capítulo cabría escribir páginas y páginas. Su lectura ha sido para mi
iluminadora, especialmente cuando habla del término Shibusa, que me ha hecho comprender algo del cine de Yasujiro Ozu,
que admiraba pero que no atinaba a poner en palabras:
Las cosas shibui (adjetivo de shibusa) son
refinadas en el sentido de que no son llamativas… las cosas shibui se crean y experimentan con una especie de
moderación meditativa… Shibui también
significa “verdadero”, “simple” o “puro”.
No se
podría definir mejor el cine del realizador japonés, cine que todavía sigue
siendo para mí el mejor entre los mejores.
Pero
también hay un momento en el que las paralelas se encuentran. Como Cheng,
Sartwell relaciona la belleza con la muerte. Hay algunas coincidencias que me
han llenado de perplejidad, dice Sartwell:
…la relación entre la belleza y el dolor, y en
particular con la pérdida, es más profunda, es más estrecha. La belleza siempre
implica la amargura de la pérdida, y la flor cortada no constituye una ocasión
de placer visual, sino un símbolo de los perecedero…
Pero duelo, muerte y belleza despiertan en
nosotros un anhelo, quizá el anhelo de lo imposible, el anhelo de un objeto que
se nos escapa siempre de las manos.
Son casi
las mismas palabras que las citas más arriba de Cheng: no puede durar, se nos escapa.
Los dos,
pues, coinciden en una definición casi idéntica: “se nos escapa”; esto es, la
belleza como algo imposible de aprehender.
Y aparece
aquí de nuevo “lo imposible”. El artista libra una lucha a muerte con el ángel,
dice Cheng, en una lucha, diría, de la que jamás saldrá vencedor. Lo que no
quiere decir que por ello se deba abandonar el combate. Puede que, como también
dice Cheng, sea una de las pocas opciones de dar sentido a una vida. Aunque
asumamos el ineluctable fracaso, no hay más camino que ese, convivir con esa
certeza. Dando un giro al pesimismo de la palabra imposible, apuntaría que
también es imposible, al menos para mí, vivir sin esa lucha.
Para
finalizar otra frase de Cheng:
Dante, cuando vio por primera vez a Beatriz,
con nueve años, sintió el espíritu de la vida palpitando tan fuerte en él que
estuvo a punto de hacer estallar sus venas.
Eso es la
pulsión/pasión por la creación. Es una pasión que aunque imposible, es
imposible de ignorar. Esa es la tesis de Cheng, la muerte es imposible de
soslayar, por eso la vida es tan extraordinaria.
Los seis nombres de la belleza. Crispin
Sartwell. Alianza Editorial, Madrid, 2013
Cinco meditaciones sobre la muerte. François
Cheng. Siruela. Madrid, 2015
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