martes, 21 de abril de 2015

DOS PARALELAS QUE SE ENCUENTRAN - 2

Delacroix. Lucha de Jacob con el Ángel. Detalle

Fotograma de un film de Yasujiro Ozu

Después de publicar la entrada sobre Elogio del caminar y Moo Pak, he encontrado un nuevo paralelismo entre otros dos títulos que se imbrican, se entrelazan con ellos.
Los seis nombres de la belleza, de Crispin Sartwell y Cinco meditaciones sobre la muerte, de François Cheng.

François Cheng ya me deslumbró en su libro Cinco meditaciones sobre la belleza –ver Notas-1 y posteriores−.
Siempre volviendo al tema inagotable y recurrente de la belleza. En Cinco meditaciones sobre la muerte, Cheng nos habla de la percepción de la vida desde la muerte. Hay un componente esencialmente religioso en ese libro, en el fondo el autor plantea el aceptar la vida como algo extraordinario que sólo se puede comprender desde el conocimiento, y aceptación, de su finitud, al menos corporal.

De nuevo las grandes preguntas sin respuesta, de nuevo el hecho de estar vivos como algo fuera de todo entendimiento.

Pero no puede evitar hablar de la belleza, creo que, por lo que he leído de él, es su gran tema: el mundo es bello y su belleza habita en el menor de los rincones… Y de nuevo se pregunta el porqué de la belleza del universo. No necesitaba ser bello, una afirmación que ya hacía en libro del que ya traté.

Aquí todavía va más allá y relaciona la belleza con la muerte, ¿cómo?

¿Por qué la belleza tiene que ver con la muerte? En primer lugar porque como cualquier cosa, no puede durar, se nos escapa…
Apego-desapego, he aquí la condición de la belleza: agudiza nuestra conciencia de la muerte.

Puede que lo que más me interese de sus nuevas aportaciones es que describe el acto de crear, lo que “hace” el artista, ligado de un modo inseparable a la producción de belleza. Hay unas reflexiones sobre el hecho mismo de crear impagables.
Hay otras cosas, quizá más sustanciales, más profundas todavía, por ejemplo, la necesidad de dar un sentido a la vida. La exigencia inexcusable de la pasión: pasión de aventura, pasión de heroísmo, pasión de amor.

Haber relacionado estos dos libros no es en absoluto gratuito, los dos tienen el nexo común de hablar sobre la creación y la belleza, y, además están íntimamente relacionados con los dos de los que me ocupé en la entrada anterior, y con tantos otros que han ido apareciendo en este blog.

Se ocupan todos ellos de mis grandes preocupaciones, que ya he ido desgranando, pero el de Crispin Sartwell da una visión de una riqueza inagotable, por el tema que es más asequible aparentemente, el de la belleza.
Con el pretexto de aproximarse a ella a partir del nombre que se le da en seis lenguas distintas, en seis culturas diferentes, Sartwell va detallando una compleja variedad de matices y aproximaciones. Puede que sea el libro más rico, más profundo que haya leído sobre esa materia.
Al mismo tiempo tiene algo que es de agradecer infinitamente, es absolutamente comprensible y ameno.
Desde la actual visión de la cuestión, pasando por las culturas griega, hebrea, hindú, hasta llegar a los navajos; el capítulo más brillante es, sin ninguna duda, el que se refiere a la cultura japonesa,
La cantidad de distintas acepciones para designar lo que nosotros entenderíamos como belleza, hasta los innumerables matices de cada una de ellas. Sólo sobre este capítulo cabría escribir páginas y páginas. Su lectura ha sido para mi iluminadora, especialmente cuando habla del término Shibusa, que me ha hecho comprender algo del cine de Yasujiro Ozu, que admiraba pero que no atinaba a poner en palabras:
Las cosas shibui (adjetivo de shibusa) son refinadas en el sentido de que no son llamativas… las cosas shibui se crean y experimentan con una especie de moderación meditativa… Shibui también significa “verdadero”, “simple” o “puro”.
No se podría definir mejor el cine del realizador japonés, cine que todavía sigue siendo para mí el mejor entre los mejores.

Pero también hay un momento en el que las paralelas se encuentran. Como Cheng, Sartwell relaciona la belleza con la muerte. Hay algunas coincidencias que me han llenado de perplejidad, dice Sartwell:

…la relación entre la belleza y el dolor, y en particular con la pérdida, es más profunda, es más estrecha. La belleza siempre implica la amargura de la pérdida, y la flor cortada no constituye una ocasión de placer visual, sino un símbolo de los perecedero…
Pero duelo, muerte y belleza despiertan en nosotros un anhelo, quizá el anhelo de lo imposible, el anhelo de un objeto que se nos escapa siempre de las manos.

Son casi las mismas palabras que las citas más arriba de Cheng: no puede durar, se nos escapa.

Los dos, pues, coinciden en una definición casi idéntica: “se nos escapa”; esto es, la belleza como algo imposible de aprehender.
Y aparece aquí de nuevo “lo imposible”. El artista libra una lucha a muerte con el ángel, dice Cheng, en una lucha, diría, de la que jamás saldrá vencedor. Lo que no quiere decir que por ello se deba abandonar el combate. Puede que, como también dice Cheng, sea una de las pocas opciones de dar sentido a una vida. Aunque asumamos el ineluctable fracaso, no hay más camino que ese, convivir con esa certeza. Dando un giro al pesimismo de la palabra imposible, apuntaría que también es imposible, al menos para mí, vivir sin esa lucha.

Para finalizar otra frase de Cheng:

Dante, cuando vio por primera vez a Beatriz, con nueve años, sintió el espíritu de la vida palpitando tan fuerte en él que estuvo a punto de hacer estallar sus venas.

Eso es la pulsión/pasión por la creación. Es una pasión que aunque imposible, es imposible de ignorar. Esa es la tesis de Cheng, la muerte es imposible de soslayar, por eso la vida es tan extraordinaria.

Los seis nombres de la belleza. Crispin Sartwell. Alianza Editorial, Madrid, 2013
Cinco meditaciones sobre la muerte. François Cheng. Siruela. Madrid, 2015





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