Hace diez años que no estaba en París. Una cuestión de trabajo me ha llevado allí de nuevo.
El mismo hotelito de siempre, en Montparnasse, cerca de la calle Daguerre. París sigue siendo el mismo, pero yo no. He visto cosas que antes me habían pasado desapercibidas.
Primero en el magnífico museo Jacquemart-André. Otras veces que lo había visitado un cuadro me había dejado hipnotizado, una Virgen con el Niño de Bellini; pero esta vez lo he visto como si nunca hubiese estado delante de él. Al margen de la cuestión escenográfica, que es lo primero que salta a la vista: no es la Virgen, es alguien que interpreta el papel en un decorado, cosa por otra parte habitual en el pintor veneciano, ese día percibí que una parte del cuadro parecía un cuadro dentro del cuadro, la parte inferior del manto está dibujado y pintado con una libertad absoluta, los fragmentos de pliegues, azules y dorados, crean unas formas que parecen tener una entidad, una vida, propias. Haber sido consciente de ello es una de las experiencias estéticas más fascinantes que he vivido nunca.
Esta tiene que ser la cualidad del gran arte, ser algo que hace que el espectador pueda vivir cosas distintas cada vez que se aproxima a él.
Pongo aquí unas reproducciones que no son de una gran calidad, pero dejo también el enlace del museo, en el que se puede ver la obra con todo detalle:
Otra sorpresa en el Louvre. Soy un gran admirador de Balthus y en general de los pintores que admiró. Aparte de que, creo, conozco bien su obra, he leído ensayos sobre su trabajo, entrevistas y sus propias reflexiones. Se citan en esos textos algunos pintores, especialmente Piero della Francesca y Poussin, pero nunca que yo recuerde Théodore Gericault. Un pequeño cuadro del pintor francés me dejó anonadado, parece un pre-Balthus: "Retrato de Louise Vernet, niña". Una niña de mirada turbadora, en una extraña pose con un gato en el regazo. No es una mirada de niña inocente, la pose tampoco lo es, y el enorme gato parece salido de una obra del gran pintor de niñas y gatos, los que conozcan bien su trabajo entenderán lo que digo...
Dos vivencias suculentas, tan suculentas como la cena que nos ofrecieron generosamente en su casa, los que ya considero amigos, Isabelle y Hugues; y como la despedida de París visitando la casa museo de Delacroix, donde me aguardaba alguna sorpresa más, pero eso ya es para otro momento...
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