Tim Roth en Vincent & Theo
Jacques Dutronc en Van Gogh
El cine ha intentado aproximarse en muchas ocasiones a la pintura, más bien a la vida de algunos pintores. Especialmente a aquellos con vidas complicadas o difíciles. Es muy agradecido recrear las circunstancias de aquellos que consumidos por el ansia de creación fueron incomprendidos en su momento, ignorados por sus coetáneos, y que años después su obra alcanza cotizaciones extraordinarias, desorbitadas. El ejemplo más paradigmático es, sin duda, Van Gogh.
Ayer sábado por la tarde, llevado por algún diablillo burlón, vi seguidas Vincent & Theo, de Robert Altman, 1990, y Van Gogh, de Maurice Pialat, 1991. 1990 fue el centenario de la muerte del pintor, de ahí el rodaje de esos dos films.
Hay algunos antecedentes, Vincente Minelli y Paul Cox se ocuparon de ello en 1956 y 1987. También hay obras posteriores. Pero me voy a centrar en las dos que vi, casi cinco horas frente a una pantalla.
El primero abarca una buena parte de la vida del pintor, el segundo se centra en la relación con el doctor Paul Gachet y su hija.
Casi siempre he rehusado acercarme a la vida, e incluso a la obra del holandés. En honor a la verdad he de decir que prefiero el trabajo de alguno de sus coetáneos, Gauguin por ejemplo.
Pero estas dos películas desde ángulos bien distintos, desde una lectura casi opuesta de entendimiento del cine, independientemente de lo que se opine de la obra de Van Gogh, llegan a tocar fibras muy sensibles del proceso de la creación.
Básicamente una, la incomprensión del artista del mundo que le rodea, la imposibilidad de su aprehensión. Lo más interesante de todo, es la diferente mirada que un director y otro otorgan al pintor.
Altman hace que su actor Tim Roth, mire el mundo con curiosidad y ternura. Excepcionales las secuencias en que Roth mira a una modelo mientras orina, o en la que dibuja a otra modelo mientras está dormida después de una sesión.
Pialat, en cambio, hace que Jacques Dutronc mire el mundo desde una fría distancia, casi con ira, escindido de su entorno, sólo le sirve de espejo para expresar su atormentado interior.
Dos puntos de vista que sumados pueden describir con bastante exactitud el sentimiento de extrañeza que produce el hecho de pintar. Tanto un estado como otro se pueden ir alternando, pueden coexistir en una vida, que según como, pasa sin solución de continuidad del pleno sentido al sinsentido más absoluto. En esos momento la pulsión de muerte se puede adueñar del artista. El suicidio como culminación de la obra.
Afortunadamente ese final casi nunca se da, se puede, se debe, restablecer el equilibrio entre los dos estados de ánimo. Aunque, a veces, el equilibrio se haga difícil.
Ver estos dos films seguidos ha sido para mi, una experiencia de un interés más que notable.
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